Friday, March 03, 2006

ELIAS NANDINO, una Entrevista.


ELÍAS NANDINO:"Antes me quemaba sobre los cuerpos ardientes.
Ahora me quemo sobre mis ardientes recuerdos,
y en este infierno en ruinas aún estoy creando mi poesía".

Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fotos: Nadine Markova, staff-Vogue

Publicado en VOGUE y UnoMásUno (1980,1987)

(Incluido en la serie "Páginas Para la Historia", editada por
Universidad Autónoma del Estado de México, Tomo I, Vol. II, 1988)


¿Qué significa exactamente el popular término "poesía mexicana"?. ¿Aquella escrita por mexicanos o la poesía que refleja el espíritu, realidad e inspiración del carácter que encierra el nombre "México"?. Un idioma común a las gentes de nuestra América y España hace dudosa tal excusa de mexicanidad. Quizás "El laberinto de la soledad", de Octavio Paz, sea una muy mexicana tentativa de atrapar en un ensayo el espíritu de un pueblo, tan mágicamente retratado en la prosa del maestro Juan Rulfo. Sin embargo una de las características que ubican a ambos escritores frente a la crítica internacional es la personalidad definidísima de sus obras respectivas, que no encuentra paralelo entre sus contemporáneos. O sea, debemos concluir que su diferencia en relación con los otros escritores del país es lo que los hace "tan" mexicanos. Entonces, Rulfo y Paz -cada uno en su línea creativa- le confieren un sello a lo que se escribe en México no por similitud; y la diferencia que es su personalísima visión artística los hermana con los grandes artistas de nuestra época, siempre sumergiéndose en la marea de la cual brota majestuosa nuestra lengua castellana, nuestros propios contemporáneos, que en verdad somos todos los que vivimos no negando la realidad de una tradición ni la inspiración de comportamiento de los pueblos, sino que a través del hálito del artista, afirmar que al arte lo guía un espíritu universal, que en la temática literaria aborda en su inspiración temas que tienen que ver con todos nosotros.

Y si hay un poeta en México que logró este rescate del hálito, ese poeta es Elías Nandino. Cuya obra "es canto de una conciencia desolada que, en medio de una noche interminable, interroga al dolor del mundo. Y no encuentra sino el eco de su duda." (Según "Poesía en movimiento", ed. Siglo XXI, p.312. Autores: Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis).
Lo que refleja Elías Nandino es el eco de la rica generación de escritores que se inició a fines del siglo XIX en Latinoamérica; aquella generación que insinúa que no hay una poesía venezolana, mexicana o chilena, sino que hay una poesía universal. Una tradición universal y un estilo poético que asevera que nuestras historias literarias nacionales son tan artificiales como nuestras fronteras políticas. Por eso, el trabajo de Rulfo, Paz o Nandino es cómplice de algo más alto, forma parte de una valía más alta: la del arte de escribir en lengua castellana.
Lo primero que me conmovió al conocer la obra de Elías Nandino, fue la sinceridad que recorre cada página. Y eso es lo que uno siente al estar frente al poeta: su carácter sincero, su calidez, y un sentimiento de ternura que envuelve todo lo que está a su alrededor. Le he visto varias veces en la Ciudad de México, donde nos presentó un amigo común, el maestro teatral Xavier Rojas; y dos veces le he visitado allá en Cocula, en los altos de Jalisco, donde vive y enseña a vivir. Porque la vida es el gran tema de su obra. Nandino redime con su poesía la huella de los dolores que en su vida han dejado las tempestades morales. En el prólogo a uno de sus libros, Xavier Villaurrutia lo retrata así:

"Ya lo imagino, el día más pensado, desprenderse de sí mismo y con precauciones infinitas, lúcido y frío, auscultar su propio tronco ardiente, seguir las intermitencias de su corazón, poner al descubierto las capas profundas de la tierra de su cuerpo, y explorar las antiguas cavernas del pecho para extraer, de los complicados repliegues de la red de los nervios, los ligeros pájaros y los seres marinos que el hombre ha ido ocultando en el hombre" (año 1934, fragmento).

Existe en la obra de Nandino una profunda raíz romántica, lo que se advierte en sus esencias constantes: solemnidad, dolor, intimidad, angustia pasional y color. Un romanticismo que en sus primeros años asimila y se enriquece con la incertidumbre que adelanta y retrocede, que desciende y se desvía, que en su madurez se nutre de inquietud y rectifica, para resurgir del cambio de piel con la mirada lúcida y revestido de la más iluminada seriedad. El sabe que el sendero auténtico corre hacia nuestro interior, hombre-adentro, por eso es un verdadero poeta romántico, lo que también delata en su concepción del universo, en su idea de Aquél que no se nombra:

-"Yo creo en Dios más el cerebro duda, porque falta el impulso de la idea, al imponerse la febril tarea de darle forma a la verdad desnuda. En vano acecha y el silencio anuda el espasmo de luz que merodea, porque el semblante que su afán moldea ungido en sombras su contorno escuda. Una crisis de llanto detenido se coagula en mis ojos, y decido matar impulsos y volverme ciego, pero en el fondo de mi propia vida, por dentro, con mi voz enmudecida, converso a solas con el Dios que niego" (en el Soneto 10 de su libro "Naufragio de la duda").

-Maestro Elías, ¿cuál ha sido su principal fuente de inspiración, y con cuál poema suyo se siente ahora más identificado?
-Eros ha sido mi fuente de inspiración. Ya me ocupara de Dios, de los astros, de la vida, de la muerte, del amor, del dolor o de la dicha, en todo yo veía la fiebre de mi lirismo erótico. Un Cristo en la cruz, un San Sebastián herido, el botón de una flor, un moribundo, un potro que corriera libre en el campo o una estrella que me viera desde el cielo, valían para mí según la intensidad que les diera mi erotismo en vilo. Goethe decía: "Cuando escribas algo, hazlo siempre con lo que sepas". Yo lo único que sé de la vida es lo sexual. He nacido con el siglo XX, y ahora casi al final no puedo hacer el amor físico... pero sí lo puedo hacer con la mirada. Me preguntas por un poema que me identifique, y yo creo que toda la obra debe identificar el trabajo de un escritor, pero al parecer lo que queda en la vida son resabios, partes de las cosas, jirones de emociones; tengo un poema llamado "Fue tal mi apego", que dice así:

No me importa
cómo juzguen mi vida:
yo traté de vivirla
haciendo estrictamente
lo que ella apetecía.
No hubo deseo
tentación o capricho
que no lo realizara
con eficaz esmero.
Y fuera lo que fuera
al tiempo de cumplirlo
lo transformé en ensueño.
Por ella fui lascivo
y no he dejado puro
ni un poro de mi cuerpo.
Fue tal mi apego
a los desmanes
de su carnal orgía,
que a mis ochenta y dos años
de su infierno en ruinas
aún estoy creando mi poesía.

El sentimiento erótico de la vida en Nandino, proviene de algunas antiguas escuelas de oriente: aquellas que usan en su formación los conocimientos del Yoga Tántrico, una sabiduría secreta que busca al Innombrable a través del uso del cuerpo físico. Elías Nandino concibe al Universo como una dualidad: lo que se sueña y lo que se vive, y que tiene su punto de encuentro en una unidad evolutiva. Aunque su posición es de que el hombre es el centro de todo, el espacio de este universo dinámico, reconoce que en verdad sólo somos una mínima parte constitutiva. El ve al hombre como a una rítmica reproducción del latido que anida en el misterio. Este pálpito que corre desde el exterior al interior, esta fuerza que mantiene la continuidad es Aquél que no se nombra: "Dios es eternidad y su presencia abarca desde el cielo a mi conciencia, y El es Todo, y yo parte de su vida". "Dudo mi Dios, y sin embargo creo con los hondos abismos de mi mente: que existe tu poder omnipotente en todo lo invisible y lo que veo" (de "10 sonetos a Dios").

En toda su obra parece flotar una primera conciencia que impone una medida a las cosas, una marcha al Universo: "Todo lo que al nacer pulsa existencia y cumple su destino y se deshace, queda en el aire, como esencia y ritmo del temblor inmortal, que impulsa sin descanso la evolución total del Universo" (de "Círculo eterno"). El delata en sus libros una férrea creencia en la unidad de lo viviente. De tanto ir rodando nuestra soledad un día sobreviene la muerte, y vamos a fundir finalmente nuestra esencia en el gran círculo universal, que es el arribo a nuestra verdadera identidad: "Tierra voraz, oscuro hogar bendito donde el dolor se apaga: yo quiero reposar bajo tus sábanas de secretas ternuras germinales y, así cual la semilla que se oculta en tus húmedas tinieblas, resurge transformada ya en la serena beatitud de un árbol o en el fugaz instante de una rosa, renacer de tu entraña y subir el peldaño que en la escala de vidas mi evolución alcance. Porque vengo de ti, soy lodo en trance, y a fuerza de vivir y de morir, ha de llegar a definir mi esencia para ser en el cosmos vida eterna" (de "Nostalgia de tierra").
En su obra, me conmueve su angustiada referencia a ciertos tormentos que le afligen. Desde sus primeros poemas, desde sus primeras hondas noches, Nandino cuestiona su reino que parece lleno de sombras por la repetida soledad, que en el poeta más que otra cosa es un estado del alma. El es un gran solitario, pero entiéndase, no hablo de soledad física, porque está siempre rodeado de sus discípulos, aquí se trata del hado que aparta del mundo al artista, en un proceso muy delicado que a él atormenta, como a un enfermo de mal íntimo que agobia ansiosamente, que lo hacen retraerse como a las olas el mar, y como el mar, vuelve. Nunca desiste, no cae, a pesar de todo jamás está vencido; en alguna hendidura él encuentra una fuga de claridad, por algún laberinto en su vida se filtra la luz. Entonces, su soledad no es absoluta, la turba su iluminado mundo interior que está ahí, a flor de piel, plagado de referencias táctiles que -en su primera época- incluso desasosiegan. Es porque el seso de su trabajo es íntimamente emotivo, gracias a lo cual rescata para nosotros, tangiblemente, muchas cosas que no podemos tocar. El mismo dice que “la poesía se escribe no con palabras, sino con sueños. Porque los poemas no se escriben, se dibujan”. Por eso, toda su abrumadora visión no es más que la piel de una sábana que molesta "a la solitaria estatua que me alberga". Su canto es también cierta esperanza en trascender; de haber sido y poder ser. Esperanza no-asentada en la fe, sino en las ganas de creer: "Como que ya fui antes de nacer. Como que un día en alguna parte, en otro sitio o quizás en otro mundo tuve existencia en diferente cuerpo, con otro nombre y con la misma angustia" (de "Nocturna palabra"). Le pregunto por las motivaciones que le decidieron en su primera época literaria, y dice:

-Recuerdo que leía los poemas que estaban en los libros de lectura de mis años de infancia. Declamaba versos a instancias de mis maestros para las fiestas de fin de año escolar o para las fiestas patrias. Pero entonces no comprendía por qué ni para qué se escribían poemas. Tenía 14 años cuando terminé el sexto grado. Un condiscípulo me prestó un librito de rimas de Gustavo Adolfo Bécquer: fue la primera vez que entendí y gocé los poemas. A los pocos meses mi hermana consentida enfermó de gravedad y después de una agonía desesperada de cinco días, murió. Yo presencié todo. A su muerte fui a mi recámara, en que había un Cristo de bulto; me puse frente a El y lo interpelé acusándolo de asesino...
“Pasé lo más crudo de la Revolución de 1910 en mi tierra, Jalisco, en la que entraban tropas revolucionarias un día y al otro los federales. Una vez me salí de la casa del sacerdote donde estábamos escondidos con mi familia y muchas familias más, por temor a los desmanes de los rebeldes y de la soldadesca; yo me dirigí a la plaza con la intención de comprar cañas, cuando al entrar al cuadro del parque me encontré -colgados de las ramas gruesas y tendidas de los tabachines- a más de veinticinco ahorcados, con las lenguas fuera y unas caras de inmóvil desesperación. Por entre los árboles, verdaderamente transido de miedo, me fui por el lado del kiosco justo cuando el capitán daba la orden de "apunten: fuego". Yo vi el brinco que echó un fusilado cuando cayó boca arriba como queriendo volar. El capitán le dio el tiro de gracia. Yo estaba paralizado y, como pude, me fui yendo hasta la bocacalle para irme a la casa del sacerdote que estaba a cuadra y media. Llegué, y mi madre, al verme tan pálido y asustado, me dio un pedazo de azúcar con alcohol y me llevó a descansar a una cama. Así es como conocí la muerte. Aunque la de mi hermanita fue otra cosa: me dolía en cuerpo y alma. Cuando ella murió, muchos días anduve por las orillas del pueblo como queriendo irme...
“Un día, al atardecer, me fui al potrero de "Los coyotes", que era de mi padre, y ahí, echado de bruces bajo un tempisque y sobre unas piedras lajas me puse a pensar, saqué un cuaderno de mi mochila y empecé a escribir: "Hermanita te pregunto..." Escribí muchos poemas que no supe al final qué se hicieron. Pasados unos meses tuve una novia, se llamaba Sara, y empecé a escribir mi libro "Canciones". En esos días llegó un amigo mío, Luis Sánchez, que estudiaba en el Seminario y que iba a pasar vacaciones de Semana Santa. Le enseñé los poemas que le había escrito a mi hermanita y los de "Canciones", y me dijo: "¡A como dé lugar, tú tienes que irte a Guadalajara a estudiar preparatoria". Precisamente, a los pocos días, nos fuimos juntos en la diligencia, muy temprano porque el lucero de la mañana ya se despegaba del horizonte; íbamos a la estación "La Vega" a tomar el tren de Ameca que por ahí pasaba rumbo a Guadalajara. Mi equipaje era una maleta con la boca al medio que se cerraba con una larga cinta de zapatos".
(c) Waldemar Verdugo Fuentes.